jueves, 25 de febrero de 2010

Oki

Estaba cruzando el puente cuando un perro salió de la sombra de un matorral y empezó a dar vueltas alrededor de mí, ladrando pero sin atreverse a acercarse. Era viejo, y cojeaba. "¡Vete de aquí, déjame pasar!", le ordené. Apenas oyó mi voz, vino hacia mis pies meneando la cola.

También yo lo reconocí: era el perro de Virginia. "¡Te has hecho viejo, Oki!", exclamé. Miraba a las montañas, y no parecía que transcurriera el tiempo; miraba a mi madre, o mi cara en el espejo y parecía que pasaba lentamente; pero el mensaje escrito en el perro no dejaba lugar a quimeras. El tiempo hacía daño, destrozaba la vida. Oki estaría pronto muerto. Y, a diferencia de las flores, a diferencia de los geranios de las ventanas o de la rosa de la postal, nunca resucitaría tal cual era. Seguiría habiendo perros, pero ninguno de ellos sería Oki.

El hijo del acordeonista, Bernardo Atxaga.

miércoles, 24 de febrero de 2010

El equipo azul

— Habían encendido una pequeña hoguera, así que nos sentamos alrededor del fuego y nos explicaron en qué consistía el Equipo Azul, los motivos por los que nos habían elegido como miembros fundadores y los requisitos que debían cumplir los candidatos..., en caso de que quisiéramos recomendar a otros.
— ¿Y cuáles eran?
— Pues no se trataba de nada especial, en realidad. Los miembros del Equipo Azul no se ajustaban a una tipología única, cada uno era una persona distinta e independiente. Pero no se admitía a nadie que no poseyera sentido del humor, cualquiera que fuese la forma en que lo expresara. Hay gente que no para de contar chistes; y hay individuos que con sólo enarcar una ceja en el momento oportuno hacen que todos los presentes se revuelquen de risa. Sentido del humor, simplemente, gusto por las ironías de la vida, apreciación del absurdo. Pero también cierta modestia y discreción, amabilidad para con los demás, un corazón generoso. Nada de fanfarrones ni estúpidos engreídos, ni embusteros ni ladrones. Un miembro del Equipo Azul debía ser curioso, leer libros y tener conciencia de que no podía cambiar el mundo por obra y gracia de su voluntad. Debía ser un observador perspicaz, alguien capaz de establecer finas distinciones morales, un amante de la justicia. Un miembro del Equipo Azul se quitaría la camisa para dársela a cualquier necesitado, aunque preferiría meterle en el bolsillo un billete de diez dólares cuando no se diera cuenta. ¿Empiezas a entenderlo? Era algo así, aunque no sabría decirte exactamente. Todo eso a la vez, cada elemento concreto en interrelación con todos los demás.
— Me acabas de dar la descripción de una buena persona. Pura y simplemente. Mi padre habla del hombre honrado. Betty Stolowitz emplea la palabra mensch. John utiliza los términos no es gilipollas. Es lo mismo.
— Puede. Pero a mí me gusta más Equipo Azul. Lo de equipo supone un vínculo entre los miembros, unos lazos de solidaridad. Si estás en el Equipo Azul, no tienes que explicar tus principios. Se ponen inmediatamente de manifiesto por la forma en que actúas.
— Pero la gente no siempre se comporta de la misma manera. Las personas son buenas en este preciso momento y dentro de un rato se vuelven malas. Cometen errores, Hay buenas personas que hacen cosas malas, Sid.
— Pues claro que sí. No estoy hablando de la perfección.
— Sí, precisamente. Estás hablando de gente que se cree mejor que sus semejantes, que se siente moralmente superior al común de los mortales. Apuesto a que tus amigos y tú teníais un saludo secreto, ¿a que sí? Para distinguiros de la chusma y de los tarados, ¿no es verdad? Para tener la seguridad de que poseíais un conocimiento especial al que los demás no podían acceder porque no eran lo bastante listos.
— Joder, Grace. Sólo es una cosa sin importancia de hace veinte años. No hay por qué analizarlo ni interpretarlo de esa manera.
— Pero tú sigues creyendo en esas tonterías. Te lo noto en la voz.
— Yo no creo en nada. En estar vivo; en eso es en lo que creo. Vivir y estar contigo. Eso es lo único que existe para mí, Grace. No hay nada más, ni una sola cosa más en este puñetero mundo.

La noche del oráculo, Paul Auster.

lunes, 22 de febrero de 2010

Pablos

Me doy cuenta de que últimamente subo casi exclusivamente canciones. Es, con toda probabilidad, porque estoy en fase de búsqueda/descubrimiento de nueva música,vamos que apetece escuchar a nuevos grupos y artistas.

"Exhibicionistas", de Pablo Moro.




"Más de lo que soy" de Pablo Valdés & The Crazy Lovers.

lunes, 15 de febrero de 2010

Winter winds

Mumford and Sons. Grupo folk rock de Londres. Sacaron su primer disco, Sigh No More, el pasado año. Tremenda canción. 100% recomendables.

martes, 9 de febrero de 2010

Dependientes

Cada vez que voy a piiiiiiiiiiiiiiii me sucede lo mismo, me introduzco cual espía en la mente de los sedientos dependientes. Entro por su mirada sibilina y permanezco un tiempo en su alma. Hasta que tengo que vomitar y salgo. Sus reflexiones son interesantes, cuanto menos:

"Ahí viene un billete de quinientos. Da gusto verlo. Elegante, decidido, majestuoso, importante. Ante él se arrodilla cualquiera, ¡cualquiera! No como ante esos de ahí, los que bucean entre la ropa amontonada: tristes cincuenta, que se pasean los fines de semana haciéndose los interesantes para ni siquiera probarse nada. ¡Qué asco dan! ¡qué asco! Dan tanto asco, o más incluso, que Pedro, mi compañero de sección. Un lameculos de la ostia. Ya nos lo explicaron el primer día que entramos, llegareis muy lejos todos, a viva voz en grito. Mientras por lo bajini y entre tosidos explicaban: si sois los que más apuñaláis, claro. Es el truco, los dependientes matamos por subir, aunque yo lo estoy dejando. ¡Coño, un billete de doscientos con cara de pardillo!"